Una noche de luna llena nació Corocota.
Las montañas parecían de pura plata y el valle, una capa de diamantes. Pero
todo el esplendor de la luna no pudo borrar los comentarios de las demás
águilas:
– ¡Qué
birria, parece mentira que sea hija de sus padres, con lo grandes y fuertes que
son!
–
Que
no me digan que es un águila real, porque tiene de realeza lo que yo de
serpiente.
–
¿Y
te has fijado en lo raquíticas que son sus alas? No creo ni que pueda volar.
Todos esos comentarios quedaron grabados
en el corazón de Corocota. Así que, cuando el resto de los polluelos estuvieron
listos para su primer vuelo, ella apenas podía sostenerse en sus patitas. A sus
padres les costaba mucho aceptar a aquella hija y a menudo la pinchaban
pensando que de esa forma espabilaría antes. Pero, al contrario, lo único que
conseguían era que hundiera la cabeza entre las plumas y buscara escondrijos
donde nadie pudiera encontrarla.
Su única amiga era Nica, una pequeña
golondrina que le enseñaba los secretos de las nubes y le contaba historias de
países lejanos. Un día Nica no acudió a su lado a la hora en que siempre lo hacía.
Corocota, preocupada, fue a preguntar a las demás golondrinas, que volvían ya a
sus nidos.
–
Se
ha quedado atrapada en una trampa en la Gran Montaña y no hemos conseguido
sacarla, somos demasiado pequeñas y no tenemos fuerza. Tú sí que podrías
hacerlo, eres grande y fuerte.
-
“¿Grande
y fuerte? Pero si todas las águilas dicen que soy una birria y ni siquiera soy
capaz de volar –pensó Corocota–. ¿Cómo voy a llegar hasta allí?” Sin embargo,
el amor que sentía por Nica le fue calentando las plumas hasta hacerlas tan
fuertes y poderosas como el fuego, o al menos así las sentía ella. Subió hasta
lo alto del acantilado y, sin pensarlo dos veces, abrió sus alas y se lanzó al
vacío.
Al principio le pareció que el cielo la
devoraba con sus negros nubarrones, pero pronto sintió que el viento acariciaba
sus plumas y se ensanchaba su corazón.
¡Qué bien comprendía ahora todos los secretos
que Nica le contaba! Corocota voló hasta la Gran Montaña, donde estaba su
amiga, y la rescató con sus poderosas garras.
A partir de entonces, sus plumas se
volvieron brillantes y ligeras, y sus alas crecieron grandes y fuertes como las
ramas de los castaños. Pero, lo más importante, su corazón valeroso consiguió borrar
los comentarios de las águilas y nunca más tuvo miedo al fracaso.
María Menéndez-Ponte
No hay comentarios :
Publicar un comentario